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Sobre el periodismo, el diálogo y la democracia (página 2)



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No hay compromiso posible con la democracia sin
una ética a
toda prueba. Y no hay periodismo
riguroso sin ética. Lo decimos con palabras de García
Márquez: "La ética no es una condición
ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo,
como el zumbido al moscardón".

Es que la ética siempre está comprometida,
sea en el sistema social
que sea. Es decir, las posibilidades de jugar de manera perversa
contra ella están presentes en todos los sistemas. Tanto
los que institucionalizan una gobernabilidad autoritaria, como en
aquellos espacios de democracia en los que mediante formas
más sofisticadas y seductoras los poderes
económicos y políticos buscan que el periodismo
legitime sus acciones.

El mundo tiene hoy dos dimensiones: la real y la virtual. El
periodismo oscila entre ser testigo de lo real o dedicarse a
crear realidades para vender, ganar audiencia y tener los favores
del poder. El
periodismo de Kapuscinski, de dignos periodistas del terreno como
Michael Herr y Martha Heller, era un periodismo directo,
aparentemente sencillo, pero consustanciado con la verdad a
partir de una síntesis
del lenguaje. El
periodismo de Seymour Hersch, Michael Massing y Mark Danner,
entre otros, es el que ha permitido revelar las mentiras del
poder en Estados Unidos.
Las crónicas de Kapuscinski sobre la corrupción en Africa, las de
Herr sobre la guerra de
Vietnam son ejemplos de lo que podríamos llamar
"una ética implícita". O sea, fueron reporteros que
contaron lo que vieron, y lo que vieron provocaba
indignación.

La fallecida Martha Gellhorn, que cubrió desde la
batallas de la guerra civil
española hasta la invasión de EEUU a Panamá
escribió al final de su vida: "El periodismo en su
forma más acabada y efectiva es educación (…) el
periodismo es un medio, y ahora pienso que el acto de contar los
hechos de forma exacta es un mérito en sí mismo. El
periodismo serio, honesto y cuidadoso es esencial, no porque sea
una luz que nos
guía sino porque es una forma de comportamiento
honorable, que implica al reportero y al lector¨.

En torno a la
gobernabilidad y la práctica periodística

La gobernabilidad autoritaria, de la cual tenemos una
sostenida memoria en los
países de la región, se logra a costa de la
democracia. Es el intento de congelar el fluir de la vida, de
eliminar o reprimir al máximo el sano juego de las
contradicciones sociales, de crear la ilusión de
estabilidad aplastando la vitalidad de la sociedad.

La gobernabilidad autoritaria atenta contra la cultura, busca
infantilizar a la población, en el peor sentido del
término, quiere privarla de voz con poder propio y
ciudadano. Contra esa forma de gobierno que
quita la voz, parte del periodismo ha desempeñado y puede
desempeñar una función
crucial de reestablecimiento democrático. No en vano los
dictadores empiezan por cerrar la prensa cuando dan
golpes de Estado, y los
autoritarios en sistemas democráticos no tardan en
invertir en prensa para comprar elogios y ocultar negocios y
manipulaciones. 

Kapuscinski habla de esos períodos oscuros en los
cuales se busca sembrar el terror para acallar la palabra, en los
que acechan la censura y la autocensura. Mantener el
compromiso ético en esos espacios y tiempos no es sencillo
y no se le pueda exigir a nadie un compromiso individual que pone
en riesgo su vida.
América
Latina, y no sólo ella, está colmada de
ejemplos heroicos en esa defensa del derecho a comunicar para
abrir caminos a la democracia. También conocemos ejemplos
de la palabra al servicio de
dictadores. Porque una cosa es ser silenciosos resistentes y otra
entusiastas colaboradores.

De todos modos, ahora vivimos momentos diferentes. Las
terribles ceremonias en las que un dictador le pasaba el poder a
otro (o en que uno se lo quitaba al otro) han quedado en el
pasado. Vamos camino de los 25 años de democracias en
nuestra región. Sin embargo, cuando un país es
gobernado por grupos que buscan
sólo su beneficio y el de sus allegados, podemos reconocer
la presencia de diferentes formas de autoritarismo, aunque las
mismas no aparezcan con la violencia
explícita de los gobiernos de facto. El autoritarismo
trabaja también por cooptación, en el sentido que
persuade sin violencia directa a alguien para que crea o
actúe en determinada dirección.

En este marco, no podemos dejar de hacer una referencia a lo
que significó, y significa, la continuidad de la picaresca
en los escenarios sociales desde hace siglos (pensemos en
ejemplos desde la Odisea,
pasando por "El Buscón" de Quevedo, y entroncando con todo
tipo de personajes que mantienen intacta esa línea de
vida, de relaciones sociales).

La picaresca incluye el engaño, el ingenio, la astucia,
la habilidad en la palabra, el exitismo, el uso del otro (de
quien sea) para cumplir los propios fines, el anhelo de
sobrevivir o de trepar… Pareciera que hablamos de literatura. Pero…
¿qué sucede cuando el pícaro se vuelve
político y se encarama en la cima del poder? Tenemos
tristes, caricaturescos ejemplos en nuestros países de
tales encaramamientos. Tenemos multitud de casos de empresas
periodísticas y periodistas encargados de sostener a tales
pícaros a través de la fiesta mediática, de
verdaderas cortes de bufones que los siguen y les festejan.

En esos escenarios, la corrupción
lo invade todo y pasan a primer plano palabras como "coima" y
"embute" ligadas al cinismo y a las posibilidades de una buena
vida a costa de la mala vida de la democracia y de la sociedad.
La picaresca no puede ser separada del cinismo; éste es el
rincón más distante de una actitud
ética.

Hace poco más de un año el Foro de Periodismo Argentino
realizó una encuesta entre
282 colegas "Sobre los periodistas y su profesión". Los
resultados son muy ricos y significativos. Nos detendremos en dos
puntos. Ante la pregunta "¿Recibió usted, o su
jefe, alguna llamada o acciones coercitivas desde algún
funcionario público?" La respuesta afirmativa en
relación con el total de la muestra fue del
45,4%. Ante la pregunta "¿Ha tenido conocimiento
directo de actitudes no
éticas de colegas en el ejercicio de su profesión?"
la respuesta positiva asciende a un 95.7%.

Las cifras son claras y duras. El autoritarismo fundado en la
picaresca, la seducción y la corrupción,
bañados todos estos elementos de cinismo, sigue presente
en nuestros países. Existe el periodista corrupto y su
correlato que es el político corruptor. Por política o por
dinero, o por
las dos cosas. Las afinidades son muy fuertes.

No dejemos de recordarlo: hay represión directa sobre
los medios. El
reciente asesinato de la valiente periodista rusa Anna
Polotikovskaya lo demuestra, al igual que las cifras de 2006 que
nos ofrece Reporteros sin Fronteras: 81 periodistas
muertos, y otros 32 colaboradores de medios
periodísticos muertos, 871 detenidos, 1472 agredidos o
amenazados, 912 medios de
comunicación censurados, y 56 periodistas
secuestrados. Y las cifras, son seguramente bajas. 

http://www.rsf.org/article.php3?id_article=20287

Pero esta terrible realidad de los medios como víctimas
no puede ocultarnos la otra, la del periodismo que se alía
con poderes y gobiernos para justificar mentiras,
corrupción, represión y guerras. Ese
periodismo pretende, además, condicionar la
actuación de los agentes políticos y sociales que
no marchan al ritmo del poder.

Si miramos hacia América
Latina, la evolución es preocupante. El líder
de la derecha nicaragüense Eduardo Montealegre
anunció que presentará una iniciativa de ley
para proteger la ley de expresión ante las supuestas
intenciones del gobierno sandinista de imponer censuras mediante
intimidaciones, siguiendo lo que calificó de "el ejemplo
de Venezuela". 

La Prensa nicaragüense también ha
expresado su preocupación por la decisión del
presidente Ortega de concentrar la publicidad del
gobierno en manos de su esposa y portavoz oficial Rosario
Murillo. 

El presidente de Venezuela, Hugo
Chávez, inauguró el nuevo formato de su
programa
semanal Aló Presidente, que dejará de ser
el espacio dominical donde tomaba decisiones de gobierno en
público para convertirse en la fuente diaria, de
lunes a viernes, de primicias noticiosas y
campañas ideológicas. El mandatario, cuya
imagen
concentra la
comunicación del gobierno con los ciudadanos, se
propone además promover lo que llama "cinco motores" de
la revolución: encabezada por una ley
habilitante que le permite legislar por decreto, llamada
"vía directa al socialismo".

El periódico
Tal cual, del conocido periodista y político Teodoro
Petkoff, ha sido sancionado con una severa multa que excede en
demasía el motivo judicial que la genera y se parece
demasiado al deseo de causar daño
económico.

Para esas vías, Chávez quiere controlar la
prensa en el momento en que son más necesarios en
Venezuela unos medios que no respondan ni a las elites que
usurparon la democracia en el pasado como tampoco ahora
servilmente a una suerte de autoritarismo populista. Es un
desafío para el presidente Chávez no obstaculizar
que el juego democrático que le ha confirmado en el poder
pueda seguir actuando desde los medios periodísticos. Y es
tarea de los medios serios explicar la compleja realidad
venezolana presente con rigor, sin ideologías ni
preconceptos. En esa tarea, tanto el gobierno como las empresas y
periodistas serios, pueden contar en el exterior con algunos
aliados respetuosos. 

Estas situaciones de concentración del poder en
determinados políticos o determinados programas
apoyados por ellos (mediante incentivos como
la publicidad oficial, por ejemplo) están presentes
también en otros países, donde las alianzas con los
monopolios mediáticos tienden a reducir las
oportunidades de información y de conocimiento, con el
consiguiente daño a la construcción de la democracia.

La cuestión es que cuando fallan los mecanismos del
Estado, entonces las carencias democráticas terminan por
trasladarse a otro sitio. Así, lo que se debería
debatir en los Congresos o en los organismos sociales, se
proyecta en los medios de comunicación. En ocasiones esto es muy
saludable. En países de América Latina o en
España
y Portugal la prensa ha cumplido en los últimos 30
años un papel clave en las transiciones
democráticas, abriendo espacios, forzando debates,
empujando a políticos, dando voz a la sociedad civil.
Pero también seamos conscientes de los peligros: los
medios en algunos de estos países se han convertido en un
poder que puede amenazar la democracia, pasando de un papel
democratizador a un papel conspirativo.

Esta primacía de los medios genera además
actitudes de egolatría en los periodistas. Cómo
extrañarse entonces que el escritor italiano Antonio
Tabucchi diga en su novela
Tristano Muere que, "quien escribe para comentar la vida cree
siempre que su comentario es más importante que lo que
comenta, aunque no se dé cuenta. Tu, que escribes acerca
de la vida, qué opinas de ello".

Los subproductos periodísticos basados en la
construcción de la realidad tienen bastante que ver con
cierta frivolidad intelectual vinculada a la
desvalorización del hecho. Existe un discurso que
insiste en que los hechos no son nada más que
construcciones lingüísticas, como si
realidad y ficción pudiesen mezclarse sin problemas.
Este discurso postmoderno ha tenido secuelas nefastas.

La renuncia de los periodistas a ocuparse de los hechos reales
es grave. Al inventar la realidad se sienten omnipotentes,
famosos por un día o por unos años, pero el
proceso es
suicida. Ser periodista de la nada nos vacía de contenidos
a nosotros mismos, aunque algunos se hagan ricos en el camino.
Todo el día haciendo metáforas, cerrando
épocas, convirtiendo hechos en históricos, sacando
conclusiones, resolviendo sucesos capitales en tres minutos,
dando instrucciones a los gobiernos… Al final no importa que el
hecho se produzca o se construya.

Esta renuncia se ha unido al discurso conservador y
neoconservador de los Estados Unidos y desde ahí se ha
proyectado a muchos países. Se recurre al terrible papel
de Radio Mil
Colinas, la radio del odio
de Ruanda que alentó la matanza de medio millón de
personas en 1993. Pero hoy tenemos radios y medios del odio desde
Nueva York hasta Madrid,
pasando por varios países y continentes.

Se ha producido una serie de fenómenos sociales,
culturales y políticos en los medios. En nombre de una
supuesta democratización de ellos y de
la "participación" de los ciudadanos, se ha impuesto el todo
vale. La aparente revolución contra las jerarquías
mediáticas ha legitimado el populismo, la
chabacanería, la promoción de una cultura sin valores, y el
fin de la calidad. Todo da
igual, y cuando esto ocurre, los derechos de los ciudadanos y
la política desaparecen. El ignorante es experto, el
diálogo se
cambia por el griterío, el debate
racional por el insulto más eficaz, la rapidez reemplaza
la reflexión, la vida privada se torna pública y
los medios y la vida social entran en un circuito de
espectáculo y mercado tan
poderoso que un día descubrimos que ya casi nada queda
fuera de ese perverso marco de referencia.

En este marco, hablar de censura directa, aunque en ocasiones
ocurre, es quedarse lejos del problema. Se trata de un mecanismo
más complicado. Como lo explica el periodista Serge
Halimi, de Le monde diplomatique, hay una censura invisible
del medio y otra personal: "el
periodista ha integrado el grado libertad que
tiene. Sabe muy bien lo que se quiere que diga. Si algo le
compromete lo más mínimo, lo deja al lado y escribe
algo que no le comprometa (…) sabe que casi todo lo que escribe
es accesorio: eso es periodismo de mercado y pone al redactor en
la misma situación de la mayor parte de los
asalariados".

El proceso de deterioro, corrupción y
destrucción de los medios ha sido lento, en parte
premeditado, en parte inconsciente, en gran medida acumulativo.
Un proceso, por supuesto, que tiene mucho que ver con el
deterioro y desgaste de la democracia. Del rating se ha pasado
a la mercancía competitiva. Y ahora estamos en la fase de
la seria preocupación en la medida que la prensa sufre una
caída de ventas en todo
el mundo, la televisión se ve amenazada por los videojuegos,
el dvd y otros
instrumentos que le roban horas, y la radio se apaga en el
momento que no puede competir con el atractivo
audiovisual.

El periodismo tiende a ser cada vez más local "de
proximidad" y menos político. Un reciente estudio de la
revista The
Economist indica que los periódicos en papel corren el
peligro de desaparecer en las próximas décadas. La
información se especializa, se vuelve más local,
más cercana a los ciudadanos e inclusive se abre la puerta
a que sea producida por los propios ciudadanos acerca de sus
gustos, placeres, necesidades. 

Esta es la tendencia global, es la que tenemos que tener como
referencia cuando hablamos de autoritarismo, corrupción y
hasta represión en los medios de América Latina. No
sólo vivimos los tradicionales problemas de censura y
represión y control de los
medios por el poder, sino que nos encontraremos a la vuelta de la
esquina con el problema global del fin de los valores
éticos en los medios y, como en un crimen perfecto, el
contexto global favorece la corrupción local. En un
país cercano a América Latina este proceso ha
ocurrido y aunque Silvio Berlusconi ya no está en el
Gobierno, la legislación que favoreció su monopolio de
los medios se complementa con el populismo autoritario de los
medios y de su política. Es un daño a la democracia
italiana del que no será fácil salir.

¿Qué ocurre cuando tenemos un periodismo inserto
en un proceso de gobernabilidad democrática? Nos referimos
a una situación en que se cumplen los ideales del derecho
a la comunicación. Se trata de ejercer un periodismo que
colabore en una gobernabilidad a favor de la sociedad, y no de
unos pocos grupos privilegiados. Como explican dos expertos de la
región: "La gobernabilidad como inseparable de la
capacidad de los gobiernos para conducir los procesos y
actores sociales hacia el desarrollo, la
equidad y la
consolidación de las instituciones
democráticas, ajustándolas a las reglas de juego
democrático y resolviendo de acuerdo a ella los conflictos de
intereses y valores (…) una gobernabilidad positiva,
orientada a crear un nuevo orden para la dignidad de
todos y que implica inevitablemente un proyecto
ético".

El concepto
más avanzado de gobernabilidad incluye tanto a las
instituciones del Estado como a los actores de la sociedad civil.
A la vez, una gobernabilidad adaptada a nuestro tiempo debe
contemplar que otros conceptos aparentemente estables cambian de
forma. Por ejemplo, conceptos como nación
y ciudadanía se ven afectados por los grandes
flujos
migratorios. Los medios suelen ser nacionalistas y hasta
patrióticos. Cuando casi todas nuestras sociedades, en
el Norte y el Sur, están cambiando por las migraciones,
¿a qué ciudadano se refieren los medios, a
quién reflejan, de quiénes hablan?

Una gobernabilidad compleja debe tener en cuenta
también las necesidades globales en relación a las
particulares. Cuestiones como el comercio
global, la crisis
medioambiental, la protección de los derechos humanos,
las epidemias y el acceso a medicamentos a precios
razonables, el crimen y las economías ilegales
internacionales son las que vinculan de forma concreta nuestra
sociedad con las de otras partes del mundo. Nuestros gobernantes
tienen que decidir sobre estas cuestiones, y los ciudadanos deben
opinar, influir, y ser víctimas o beneficiarios de lo que
se decida. En este inmenso campo de acción,
un periodismo de lo real tiene un papel digno y renovado,
conectando lo local con lo general del sistema internacional. Si
los medios de
comunicación tradicionales quieren seguir cumpliendo
su papel al servicio de la democracia, tendrán que ofrecer
esta visión de conjunto, conocimiento y comprensión
en los asuntos a los que el ciudadano encamina su actividad
política. Por el momento, lo que hacen es, en general,
favorecer la despolitización y el autoritarismo. Escribe
el filósofo Régis Debray:

"Una democracia quiere ciudadanos activos, que se
agrupan y se correspondan. La
televisión (como ejemplo máximo de los medios),
sometida a un sondeo permanente, impulsa a abandonar el espacio
público (…), reduce el vínculo social a una
relación sin intercambio". El resultado: "la democracia
republicana en completo desorden".

El derecho a la
comunicación

Dentro de un espacio social orientado a la gobernabilidad
democrática, puede aspirarse al cumplimiento del derecho a
la comunicación, que el profesor
holandés Cees Hamelink caracteriza de la siguiente
manera:

"La comunicación es un proceso social fundamental y
la base de toda organización social. Es más que la
mera transmisión de mensajes. La comunicación es
una interacción humana entre individuos y
grupos a través de la cual se forman identidades y
definiciones. Los derechos de la comunicación están
basados en una visión del libre flujo de
información; un derecho interactivo, igualitario y no
discriminatorio e impulsado por las necesidades humanas en vez de
intereses comerciales o políticos. Estos derechos
representan las demandas de los pueblos para la libertad, la
inclusión, la diversidad y la participación en el
proceso de comunicación. Nuestra visión de los
"derechos de comunicaciones" está basada en el
reconocimiento de la dignidad inherente y los derechos iguales e
inalienables de todos los pueblos".

En este espacio del derecho a la comunicación se
inscribe la práctica del periodismo, sin negar a
éste en su especificidad. Lo que está en juego
aquí es el papel que se puede cumplir en una
consolidación de los ideales de la democracia, dentro de
los ideales del derecho a la comunicación.

Porque a diario se atenta contra tales ideales, como en el
caso tan repetido en nuestra prensa, sobre todo televisiva, de
los periodistas que ocupan el lugar de los hechos y de los
personajes que ellos deberían permitir salir a la luz. Nos
referimos a protagonismos insoportables, donde el periodista es
la noticia, donde se tiende a la vedetización y al juego
de suplantaciones. Corresponde al periodista, decía un
viejo colega, iluminar el campo, no apropiarse de él. No
se ejerce el derecho a la comunicación desde nuestra
profesión centrando todo en la propia figura, como si no
existieran otras voces y otros
rostros.

La situación ha empeorado con la aparición
reciente de corrientes políticas,
otrora discriminadas, silenciadas e ignoradas por los medios, que
ahora, instalados en el poder aspiran o practican la
persecución, amparados bajo el manto siempre recurrente de
la defensa del pueblo. Gilles Deleuze le dijo en cierta
ocasión a Foucault:
"Usted nos ha enseñado la indignidad de hablar a nombre
de otro".

Es aconsejable asegurar la calidad de la comunicación política, asunto que
toca directamente a los profesionales que trabajan en los
diferentes medios de información. Como dice Joaquín
Brunner una información política unilateral,
sesgada, superficial o puramente retórica crea una
opinión
pública mal informada y reduce la relación
entre gobernantes y gobernados a una apariencia, sin incidencia
en el curso de las políticas. Nunca antes, la responsabilidad de los comunicadores ha sido
más formidable y exigente. De nosotros depende, en gran
medida, que pueda fortalecerse una opinión pública
activa e influyente.

La comunicación democrática acompaña la
construcción de una comunidad
nacional informada, para lo cual se requiere ampliar y fortalecer
el derecho a informar y el libre acceso a la información,
elevar la calidad de ésta, ensanchar y mejorar la educación de las
personas y asegurar una efectiva competencia en el
ámbito de la información.

El apoyo a la puesta en práctica del derecho a la
comunicación está fuertemente ligado al periodismo
de investigación, que tiene dignísimos
representantes y a la vez se alza como una gran carencia por la
concentración de los medios y la puesta en práctica
de lo que decía en una oportunidad un empresario de
medios, de nuevo cuño, ante los reclamos en torno a
ideales, democracias y derechos: "A mí no me vengan con
eso, yo sólo vendo noticias, de
eso vivo".

¿Demasiados
estudios y poca formación?

En el marco del ideal de gobernabilidad y de práctica
desde nuestra profesión del derecho a la
comunicación, se abren dos preguntas fundamentales:

-¿dónde están los periodistas que
trabajan por esos ideales?

-¿cómo se forman?

Están en las redacciones, en los medios, y hay ejemplos
de esos ideales en todos los puntos de la región. Y hay
profesionales jóvenes y otros con muchos años de
experiencia que resisten todas las tendencias antes
enunciadas.

La gran matriz
formadora de periodistas fue, durante décadas, la misma
redacción. Quienes llevamos ya un largo
recorrido en la práctica del oficio, nos formamos en la
escuela del
oficio mismo. Lo dice Gabriel García Márquez:

"Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas
de periodismo. Se aprendía en las salas de
redacción, en los talleres de imprenta, en
el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes.
Todo el
periódico era una fábrica que formaba e
informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro
de un ambiente de
participación que mantenía la moral en su
puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos,
hacíamos vida común, y éramos tan
fanáticos del oficio que no hablábamos de nada
distinto que del oficio mismo".

¿Otros tiempos? ¿Existen esas redacciones en la
actualidad? Continúa García Márquez:
"… el oficio no logró evolucionar a la misma
velocidad que
sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el
laberinto de una tecnología disparada
sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han
empeñado a fondo en la competencia feroz de la
modernización material y han dejado para después la
formación de su infantería y los mecanismos de
participación que fortalecían el espíritu
profesional del pasado. Las salas de redacción son
laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde
parece más fácil comunicarse con los
fenómenos siderales que con el corazón de
los lectores. La deshumanización es galopante".

¿Se puede trabajar por la democracia en ambientes
semejantes? No cabe duda que esas afirmaciones son ciertas. Lo
hemos dialogado con colegas de distintos países que viven
sometidos a la mimetización de la prensa escrita en
relación con la televisiva, en el sentido del peso de la
noticia breve, sin reflexión y con cada vez más
limitaciones al reportaje; a la falta de seguimiento de la
información; a las escasas, muy escasas, oportunidades de
profundización en los temas (desde los que se vienen
sosteniendo desde hace décadas hasta los surgidos por la
dinámica de las sociedades, como las
migraciones), sin hablar de lo que significaría
especializarse en serio; a la reducción de muchas
redacciones a espacios donde todo sucede dentro de los muros,
porque los insumos llegan ya empaquetados desde afuera, o la
relación con las fuentes que se
hace a través de apresuradas llamadas telefónicas,
en un verdadero periodismo de celular.

Los empresarios de los medios tienen la obligación de
formar a sus periodistas, no sólo facilitarles esas
redacciones modernas. Deben saber que hay un periodismo de
calidad que se forja en la experiencia, que hay un público
que reclama seriedad en los medios. Esta es una exigencia que
sindicatos,
organizaciones
periodísticas y profesionales deben trasladar a las
empresas.

Los medios tienden a ser cada vez más grandes o a ser
absorbidos por grandes empresas, en muchos casos extranjeras. Es
el fenómeno de la concentración. Pero los
empresarios de los medios deben tener presente que les
corresponde combinar, como antes lo pedíamos para los
periodistas, lo global con lo local. Cada periodista tiene que
saber de su contexto, debe saber mirar hacia el mundo. El
empresario también.

Las cadenas radiales, los monopolios dirigidos desde las
capitales, los sistemas televisivos basados en una suerte de
eslabones de repetidoras, han reducido no sólo la cantidad
de periodistas en el mal llamado interior de esos países,
sino también, y fundamentalmente, la cantidad y la calidad
de la información que se hace llegar a la gente. La escasa
investigación periodística se ejerce en las
metrópolis y desde las metrópolis; la práctica
profesional tiende a volverse una rutina de oficina, la mayor
parte del tiempo se vive frente a la computadora y
en los contactos telefónicos. Todo esto significa un
debilitamiento del trabajo serio
con las fuentes y con la gente.

Hay que añadir la poca preocupación de los
empresarios periodísticos de nuevo cuño por la
capacitación de su personal. El vaciamiento
de la riqueza pedagógica de las redacciones no fue suplido
por el apoyo de los empresarios para capacitarse. Los colegas
reconocen con toda claridad la necesidad de formación,
como lo muestra la encuesta de FOPEA, a la cual venimos haciendo
referencia:

Ante la pregunta "A su juicio, ¿el periodista de hoy
debería tener formación académica?" un 90.1%
de los encuestados respondió afirmativamente.

Ante la pregunta "¿Cree que usted mismo
necesitaría mayor capacitación para
desempeñar su tarea?", la respuesta afirmativa fue del
89,0%.

Una demanda tan
grande en un país, que se puede extrapolar sin ninguna
duda al resto de la región, no está siendo atendida
ni por las empresas, ni por las escuelas de comunicación
social. No negamos la presencia de eventos de
capacitación, pero ellos son esporádicos, ligados
más a las iniciativas de los colegas periodistas que al
apoyo de los empresarios y de la academia.

La Universidad
lejana

En América Latina hay, según cifras de la
Federación Latinoamericana de Escuelas y Facultades de
Comunicación Social, FELAFACS, 1000 escuelas de
comunicación, una cantidad muy grande si se compara con el
resto del planeta. Si atribuyéramos a cada una 250
estudiantes, por ejemplo, estaríamos ante un cuarto de
millón de personas con aspiraciones a ocupar un lugar en
el espacio de la comunicación. Otro número
conservador: 50 docentes por
establecimiento nos lleva a 50.000 responsables de la enseñanza.

¿Donde están los resultados de tantos centros
educativos, de tantos seres humanos, en relación con la
tarea del periodismo de aportar a la construcción de la
democracia? Hay un trabajo serio de muchos docentes en sus
cátedras para impulsar ideales y para profundizar en
el
conocimiento de los temas que aquí nos convocan.
También es importante la labor constante de organizaciones
de investigadores y de escuelas. Pero se trata de una
minoría, las escuelas están en general en otra
cosa, por decirlo con esas palabras.

En 1996 reconocía así García
Márquez esas carencias en la formación:

"…en su expansión se llevaron de calle hasta
el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en
el siglo XV, y ahora no se llama periodismo, sino Ciencias de la
Comunicación, o Comunicación Social. (…) La
mayoría de los graduados llegan con deficiencias
flagrantes, tienen problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una
comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que
pueden leer al revés un documento secreto sobre el
escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin
prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una
conversación convenida de antemano como confidencial. Lo
más grave es que estos atentados éticos obedecen a
una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y
fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a
cualquier precio y por
encima de todo".

Desde la práctica cotidiana del oficio, es
unánime la queja de la escasa formación que traen a
las redacciones los egresados de las escuelas. En la encuesta de
FOPEA se preguntó también por este tema:

"Conforme a lo que usted conoce, la capacitación que en
la actualidad reciben los estudiantes de periodismo, ¿es
la adecuada para el ejercicio de la profesión?"
Sólo un 5,0% respondió afirmativamente, un 42,9%
señaló que no y un 50,7% parcialmente
sí.

Señalamos que en la actualidad hay 1000 carreras de
comunicación. A comienzos de los 60 la cifra no superaba
las 35. A partir de entonces se inició un camino de
legitimación de nuestro oficio que
terminó por quedar atrapado en la lógica
del viejo discurso universitario. A comienzos de la década
de los 80, Daniel Prieto Castillo alertaba sobre esa
pérdida de la práctica profesional:

"Quiero proponer a ustedes la recuperación de una
palabra que fue dejada de lado en muchas escuelas, a medida que
se alejaban de la práctica. Me refiero al oficio, al
oficio de expresarse, con todas sus implicaciones en la manera
tradicional de concebirlo. Un oficio sólo se
adquiría, y se adquiere, por la práctica, por la
sostenida y cotidiana práctica. En periodismo, en
comunicación, la inspiración pasa pronto y la
práctica queda. En nuestro campo el tiempo perdido puede
ser irrecuperable".

 La enseñanza académica del periodismo
requiere conocimientos universales a la vez que práctica.
No puede estar maniatada por esquemas anacrónicos
academicistas, pero tampoco se debería dejar seducir por
la modernidad
tecnologica por encima del conocimiento. Los alumnos deben
aprender a hablar, a leer, a escribir, a aprender. Y entre los
aprendizajes, aprender valores de verdad, de veracidad, de
certeza y de compromiso con los ciudadanos.

¿Cómo avanzar en la formación y en la
preparación para trabajar a favor de la democracia desde
esos espacios académicos? Reiteramos aquí la
necesidad de no plantear la presencia de un campo baldío.
Podemos citar, a modo de ejemplo, el Encuentro sobre
"Comunicación, Democracia y Ciudadanía", organizado
por FELAFACS, que se celebró del 5 al 8 de octubre de 2003
en la Universidad de Puerto Rico,
Recinto de Río Piedras. Pero sigue en pie el problema de
la continuidad de esfuerzos sostenidos de capacitación a
cargo de la academia y de las propias empresas
periodísticas.

La misma FELAFACS descuidó ese frente, en el cual
trabajó intensamente en la década del 80. En esto
la deuda con la profesión y con la construcción de
la democracia es muy grande. En un panorama de
fragmentación dentro de las escuelas y de estrechamiento
de la capacidad pedagógica de las redacciones, la
relación periodismo y democracia también se
estrecha, porque el apoyo a la construcción y el
sostenimiento de esta última es tarea de equipos y no de
navegantes solitarios, sujetos a la presión de
leyes del
mercado que no se detienen ante la calidad y los tiempos
necesarios para profundizar en el contexto.

Nuevas
formas:
Internet y el ciudadano
periodista

El periodismo no corre el peligro de desaparecer por la
aparición de otras tecnologías, especialmente la de
Internet, aunque debe adaptarse a los nuevos desafíos.
Adaptarse no quiere decir resignarse a ser un producto
más en el vertiginoso mercado del consumo de
bienes. Si el
periodismo se encuentra en crisis se debe a que utiliza su oficio
para inculcar resignación, para servir a la propaganda,
para hacerse parte del espectáculo y del puro mercado.

Internet plantea además una paradoja. Por un lado, los
ciudadanos tienen acceso a más información y pueden
convertirse en productores de información. Pero se corren
dos riesgos.
Primero, la saturación informativa tiende a agudizar la
percepción de que hay tanta
información que toda tiene el mismo valor.
Segundo, la desvalorización de la calidad de la
información. Cualquiera puede escribir, pero no todo el
mundo escribe bien, ni tiene el oficio, la calidad y la
técnica para buscar información y fuentes. La
cultura egocéntrica, supuestamente democrática y
aparentemente sin infraestructura laboral de
internet hace más difícil a los medios rigurosos
sobresalir entre la maraña. "El buen periodismo, dice
Bernad Kapp, redactor jefe de la excelente revista francesa
Courrier International, es una industria de
mano de obra (…) pero no se puede hacer un buen
periódico sin trabajo y sin talentos".

Hay buenos periodistas. Por ejemplo, el que conserva intacto
su espíritu rebelde, su desobediencia al poder.
Está el periodismo que cuenta lo que hay (pero yendo hasta
el fondo de lo que hay) y con eso, si lo hace bien, alcanza. En
los dos casos, la desconfianza y el escepticismo ante el poder,
como predicaba el periodista estadounidense, azote del poder,
I.F. Stone, es una condición para el buen periodismo.

De un reciente estudio se desprende que el ciudadano europeo
que utiliza Internet a menudo es mas activo políticamente.
Esto es valido para el activismo dentro de la sociedad civil, en
el marco de asociaciones, sindicatos e iglesias. Los usuarios de
Internet son mas activos en cuanto a objetivos
concretos como acciones a favor de los consumidores, temas
locales y problemas
sociales. El Internet no aumentó la
participación en las elecciones pero sí
incrementó el compromiso más activo en
campañas electorales. No tendría porque ser
distinto en América Latina y el Caribe. Pero si ese
estudio es correcto, entonces el periodismo debe adaptarse a la
era Internet sin perder su esencia.

Este resultado modesto ofrece una indicación del papel
que el periodismo podría desempeñar en una
época en la que la noticia comienza a llegar por medio del
teléfono de cada uno, en la que todo el
conocimiento y la teoría
disponibles están al alcance de todos, pero en la
práctica tan inaccesible como antes de la llegada de la
Web.

Los periodistas tendrán que ganar mucho más su
derecho a la existencia como servidores que
contribuyen a ordenar en el caos, en un diálogo mucho
más intenso con el "lector", el "televidente" y el oyente,
es decir a través Internet.

La información esencial, aquella que sobresale de la
acumulación millonaria de datos es la que
necesitamos difundir. Martín Luther King lo dijo de forma
precisa: "Nuestras vidas empiezan a acabarse el día que
guardamos silencio sobre las cosas que realmente importan".

Preguntas y
alternativas

¿Qué significa, a la luz de estas
consideraciones, hacer buen periodismo en nuestro tiempo para la
construcción y sostenimiento de la democracia? Esa
pregunta hace referencia a otras:

  • ¿Qué sucede, en relación con los temas
    presentados, con los sujetos sociales dedicados al trabajo
    periodístico, es decir, las asociaciones y los gremios
    de prensa?
  • ¿Qué rumbos siguen las leyes de prensa y de
    comunicación social en cada uno de nuestros
    países, tomando en cuenta que en algunos de ellos
    todavía siguen vigentes ordenamientos jurídicos
    impuestos
    durante los gobiernos dictatoriales?
  • ¿Qué papel tiene la transparencia del Estado,
    dado que la información oficial debe ser pública
    y el acceso a ella favorece la democracia?
  • ¿Qué está ocurriendo con las
    tecnologías de la información y de la
    comunicación a escala de cada
    país, en dirección a la consolidación de
    una cultura democrática, de la posibilidad de acceder a
    la información necesaria para orientar la propia
    existencia, de tener oportunidades de educación
    permanente, de conocer los actos de gobierno y lo que ocurre en
    toda la sociedad?
  • ¿Por qué no se potencian los medios de bajo
    costo que
    podrían ser utilizados por distintos sectores de la
    población para comunicar su realidad más
    inmediata y para organizar redes de intercambio de
    conocimientos y experiencias?
  • ¿Hay posibilidades de construcción personal y
    grupal de los periodistas en el interior del juego de las
    empresas?
  • ¿Cuántas son las oportunidades de ejercer con
    dignidad el oficio, con los tiempos, la preparación y
    los recursos
    suficientes?
  • ¿Cómo son las relaciones entre nuestro oficio
    y la academia, en cada uno de los países de la
    región?

La respuesta a tales interrogantes no es tarea sencilla. No
hay salidas posibles sin el concurso de muchos actores oficiales
y no oficiales. No se trata sólo de lo que puedan aportar
a ellas los periodistas y las organizaciones de periodistas.
Necesitamos también la palabra y las decisiones de los
empresarios, de la clase
política, de los académicos, de intelectuales
que han dado lugar a instituciones como la Fundación para
un Nuevo Periodismo, de agencias nacionales e
internacionales.

Necesitamos, también, mirar más allá, a
las experiencias de radios comunitarias, periódicos anti
dictatoriales, campañas anti monopolio y formas de
asociación periodísticas que hay en Africa,
Asia, Europa y en los
mismos Estados Unidos, donde tendemos a olvidar que hay unos
medios serios y resistentes muy importantes y de larga
duración, desde la National Public Radio hasta la revista
The Nation. O sea que precisamos diálogo y conocimiento
internacional.

Necesitamos una doble reconstrucción, profesional para
prepararnos ante los desafíos globales y ética para
resistir las tendencias que nos llevan a concebir el periodismo
como mercancía. Trabajar en esas dos tareas requiere una
serie de medidas, entre ellas:

  • Rechazar la relativización de la libertad de prensa,
    como si en ocasiones fuese necesaria y en otra un estorbo
    según la circunstancia política.
  • Denunciar la cultura del secreto. La democracia no debe
    tener secretos para los ciudadanos.
  • Realizar un periodismo comprometido basado en los principios de
    verdad y libertad, independencia y humanidad.
  • Recuperar la noción del periodismo como un bien
    público y necesario.
  • Vincular las realidades locales a las internacionales y
    formar periodistas preparados para este visión
    más compleja.
  • Prevenirse ante el periodismo inmediato y de máxima
    actualidad que no deja tiempo a la reflexión y al
    contexto de las noticias.
  • Adjudicar un papel regulador al Estado para poner límites
    a los monopolios y las concentraciones a la vez que garantizar
    el servicio público independiente de los avatares
    políticos. En este sentido la coregulación es
    una idea que merece ser considerada. Un nuevo contrato para
    la comunicación nacido del acuerdo tripartito del
    Estado, los empresarios, y la sociedad civil. Para ello el
    Estado debe recuperar su responsabilidad en la gestión pública; los empresarios
    ver la conveniencia de un acuerdo que trascienda su esfera
    privada, y la sociedad civil su presencia y voz en uno de los
    aspectos determinantes para la democracia.
  • Promover las asociaciones de redacciones independientes de
    las empresas periodísticas.
  • Deber de memoria. El periodismo debe conservar para las
    generaciones futuras los hechos históricos más
    relevantes del ámbito nacional e internacional. La
    historia de la
    cual es posible aprender lecciones para no repetir los errores
    del pasado y preservar los valores culturales.

El compromiso ético no se puede construir sólo
con la voluntad individual, sino que requiere una política
que aborde la cuestión desde el papel del Estado, de las
empresas, de la sociedad civil, de los monopolios informativos,
de las tendencias culturales, y desde la necesaria voluntad e
integridad personal. O sea, el compromiso ético en el
periodismo es una tarea constante que se vincula a la esencia
misma a las formas de la democracia.

 

 

 

 

Autor:

José Zepeda Varas

Chileno-holandés, Director del Departamento
Latinoamericano de Radio Nederland Wereldomroep.

Daniel Prieto Castillo

Lic. en Filosofía.Doctor en Estudios
Latinoamericanos (UNAM).
Especialista en comunicación social. Investigador,
docente, periodista. Fundador y director de la
Especialización en Docencia
Universitaria (Universidad Nacional de Cuyo – Mendoza,
Argentina).

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